Superación

Había un pueblo rodeado de montañas, que sus habitantes se
quedaban incomunicados, cuando caían las primeras nieves.

Los inviernos se hacían especialmente largos, por la falta de
provisiones, medicamentos y otras materias de primera necesidad,
provenientes de otras regiones, ya que el único puerto de
acceso, era intransitable en los meses de mal tiempo.

Ante la imperante necesidad, hubo un anciano que tuvo la
idea de hacer un túnel con una pequeña azada, cosa que al principio
pareció descabellada, sobre todo para los más jóvenes, que
se rieron de él:

—¿Cómo vas a hacer un túnel? Con esa pequeña herramienta,
tú que eres débil.

Y el anciano respondió:

—Yo quizás no lo vea, pero todos los días horadaré un pequeño
trozo de la montaña, que será el comienzo del túnel, y detrás
de mi vendrán otros que seguirán mi trabajo, hasta que el túnel
esté terminado.

Continuaron mofándose durante un tiempo del anciano, hasta
que consiguió hacer una pequeña oquedad, en la que cabía él
mismo. Entonces los habitantes ilusionados con la posibilidad de
llevar a cabo el sueño, comenzaron a ayudarle, y tras varias generaciones, finalmente el túnel estuvo acabado, decidiendo por
unanimidad, ponerle el nombre del anciano.

Moraleja: De todas las cosas que llevan puestas las personas, la actitud es la más importante (anónimo).

El más fuerte

Discutían los discípulos, acerca de cuál de ellos era el más fuerte:

—Yo soy el más rápido. —Dijo uno.

—Yo levanto más peso. —Afirmó otro.

—Yo recorro las distancias más largas. —Aseguró un tercero.

Y escuchando todas estas afirmaciones, que provenían del ego
personal de cada uno, el Maestro sentenció:

—No es más fuerte, el más rápido, ni quien levanta mayor
peso, ni el que recorre las mayores distancias. El más fuerte es
quien se levanta, cada vez que cae, en el camino de la vida.


Moraleja: El hombre que se levanta es aún más grande que el que
no ha caído (Concepción Arenal, escritora española, 1820-1893).

El pozo

Eran dos amigos que contemplaban la vida de muy diferente forma:
uno era optimista y en todas las dificultades encontraba una
oportunidad para avanzar, en cambio el otro era pesimista, y todos
los problemas, le parecían casi imposibles de superar.

Un buen día, caminando por la montaña, el pesimista cayó
por un pozo minero abandonado, y el optimista se apresuró a
ver su estado:

—¡Amigo! ¿Cómo estás, te ocurre algo?

—Estoy bien. —Contestó con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada, de no comprender cómo todo le ocurría a él.

—No te preocupes, voy a buscar una cuerda para poder sacarte
del pozo.

Al poco tiempo, el amigo volvió con una larga cuerda, y le
echó un cabo al pesimista para que intentara salir, pero no puso
mucho de su parte y dijo:

—Lo he intentado varias veces, pero mis manos se resbalan
por la cuerda y me abrasa.

—Tengo una idea, —dijo el optimista—. Le haré nudos a la
cuerda, para que no te deslices.

Sin embargo, el pesimista siguió poniendo excusas para no salir:

—Mi cuerpo es muy pesado y no puedo trepar por la cuerda.

Entonces, el optimista tuvo otra idea:

—Tranquilo, voy a hacer una escala con la cuerda y algunos
palos.

Y así lo hizo, al poco rato tenía la escala hecha, para que su
amigo subiera, pero de nuevo él buscó una excusa para no salir
de allí:

—Los peldaños están muy altos y no puedo subir, mejor será
que me traigas comida de vez en cuando, aquí no se está nada
mal, la temperatura es agradable y he encontrado agua.

Aunque realmente, a lo que tenía miedo el pesimista, era a
otra caída o desgracia, de la que no fuera fácil salir.

Moraleja: La vida es como un martillo que golpea, quien es de cristal, se rompe, y quien es de hierro, se forja (anónimo).

Cada uno da de lo que tiene

Un hombre rico, con actitud perversa, decidió mofarse de uno de
sus vecinos de condición pobre, pero con un gran corazón.

El rico mandó a casa del necesitado, a uno de sus criados, con
una gran bandeja llena de desperdicios y basura, para que se la
entregara.

El hombre pobre, la recibió con alegría y agradecimientos y
seguidamente, tiró la basura, lavó la bandeja y la llenó de flores,
para devolvérsela al rico, con una nota que decía:

Cada uno da de lo que tiene.


Moraleja: En los pequeños gestos diarios, se ve la bondad de las
personas (anónimo).

¿Sabes con quién he estado a punto de comer?

Esta historia le sucedió, a un humilde campesino de raza negra,
en el sur de los Estados Unidos, mientras conducía su carreta
tirada por dos bueyes, por una estrecha carretera, hacia su pequeña
granja.

En el trayecto, el carruaje impedía el paso a una gran limusina,
en la que viajaba un poderoso empresario petrolero; que
impaciente por la lentitud de la carreta, ordenó a su chófer que
hiciera sonar el claxon, para que se apartase a un lado, pero debido
al ruido estridente y al nerviosismo del campesino y los animales
por dejar la vía libre, los bueyes dejaron el pavimento lleno
de boñigas, que fueron aplastadas y salpicadas en las ruedas y
bajos del vehículo.

El magnate: un claro defensor de la separación racial, que
promulgaba de forma reiterada y pública; mandó detener la limusina, y cargado de odio hacia los de la raza negra, ordenó a
los guardaespaldas que viajaban en un segundo vehículo, que
trajeran a su presencia al campesino. Orden que ellos acataron al
momento, con empujones y malos modos; obligándolo a arrodillarse ante el empresario, que sintiéndose superior por el color de su piel, aprovechó para descargar toda su cólera racista, contra el campesino gritándole:

—¡Negro, has dejado que tus bueyes manchen mi limusina de
boñiga! ¡Ahora vas a comerte todo lo que ellos han ensuciado!

Pero en ese preciso instante, llegó otro automóvil, y se bajó
para ver qué ocurría, un personaje que ya era conocido en todo el
país, el reverendo: Martin Luther King. Acompañado de varios
reporteros, que le seguían en todos sus mítines y conferencias en
contra del racismo.

El magnate, conocedor de la fama del reverendo, no quiso una
confrontación con él, ya que hubiera sido el fin de sus pretensiones
de acceder a la política; e intentó justificar, que solo estaba
haciendo, que el campesino limpiara lo que había ensuciado.

Entonces el reverendo, con total serenidad y dominio de la
situación, se arrodilló al lado del campesino y le dijo al empresario:

—Si él tiene que limpiar, lo que sus bueyes han ensuciado, yo
lo haré también.

Ante la tensión del momento, los reporteros comenzaron a
tomar fotos del reverendo arrodillado, y de lo que parecía que
iba a suceder, pero el magnate, dándose media vuelta, ordenó a
sus guardaespaldas que dejaran libre al campesino y que velaran
todos los carretes de fotos; acción que ellos llevaron a cabo de
forma violenta, mientras él subía a la limusina, mascullando improperios contra todos los presentes de raza negra.

El reverendo King, preguntó al campesino si quería que lo
acompañara a su granja, pero éste, no deseando interrumpir más
la gran labor que estaba desempeñando, le dio las gracias y se
despidió de forma efusiva. Al llegar a su casa, con una radiante
sonrisa, le dijo a su esposa:

—¿Sabes con quién he estado a punto de comer?


Moraleja: Solamente el individuo que no se encuentra atrapado en
la sociedad, puede influir en ella de manera fundamental (Jiddu Krishnamurti, filósofo, 1895-1986).

Historia de amistad

Esta es la historia, de una relación de amistad, entre dos soldados, que fue más allá de la muerte, en una sangrienta y cruel guerra.

Uno de ellos, ante la tardanza de su amigo, después de volver la patrulla con la que salió, para el reconocimiento del terreno, le dijo al oficial al mando:

―Mi amigo no ha regresado con su patrulla, Señor. Solicito permiso para ir a buscarlo.

―Permiso denegado. ―Replicó el oficial―. No quiero que usted
arriesgue su vida, por un hombre que probablemente, esté muerto.

El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió de la trinchera, y una hora más tarde, regresó herido, llevando el cadáver de su amigo.

El oficial, muy furioso, le gritó:

―¡Ya le dije que seguramente había muerto! ¡Ahora he perdido a un hombre y tengo a otro herido! Dígame, ¿mereció la pena ir a buscar un muerto?

Y el soldado, respondió:

―¡Sí, Señor! Cuando lo encontré, aún vivía y me dijo: estaba seguro de que volverías a por mí.


Moraleja: Las personas maravillosas, son raras, no se distinguen por el rostro sino, por el alma (anónimo).